Monday, March 08, 2010

La vanidad de la “Presidenta” lo tiñe todo desde su subjetividad

Un comentario referido a una cuestión si se quiere menor, como es el problema semántico sobre el uso del término “presidente” y si corresponde o no alguna corrección según el género.
Está claro que el término “presidente” alude a un cargo, y como tal a una función; y como tantos otros sustantivos no reconoce una declinación por el género. La lluvia es femenina y no hay agravio alguno para la masculinidad porque no hallemos manera de llamarla de un modo masculino.
Diferente es el caso cuando adjetivamos un sustantivo… si de lluvia adjetivamos lluvioso, correctamente podremos decir que el día es lluvioso como la tarde ha sido lluviosa. El adjetivo se ajusta a la forma del sustantivo.
De allí podemos inferir que la forma “presidenta” resulta de una adjetivación del sustantivo.
Y si esto es así, el ajuste al género conlleva una desnaturalización… ya no hablamos de un sustantivo sino de un adjetivo.

Si bien puede ser válido el esfuerzo por reparar algunas injusticias nunca hay que perder de vista que ese esfuerzo no implique un deterioro en el orden significativo.
Si Cristina Fernández quiere ser llamada “presidenta”, gramatical y semánticamente estaríamos haciendo uso de un adjetivo que califica al sujeto C.F. con lo que queda más que claro que la preeminencia recae sobre el sujeto. Así pues, si no queremos desnaturalizar el cargo, no puede haber una tal “Señora Presidenta”, salvo que se nos ocurra que tal cargo es sólo una adjetivo calificativo, una accidentalidad en la persona.
En este caso, el cargo debería ser más trascendente que la persona y no debería ser modificado o desnaturalizado por las particularidades de quien lo inviste, salvo que alguien quiera pensar que la persona está por encima, pero de todos modos también sabemos que un adjetivo sólo alude a la accidentalidad, a la contingencia del sustantivo y nunca a su esencia.
De un sencillo análisis gramatical quizás se puedan extraer algunas observaciones no sólo psicológicas sino también institucionales.
Según se desprende de lo que venimos diciendo la institución, el cargo, tiene la trascendencia que no tiene la persona que lo ocupa y no puede (o no debería) ser modificado por ninguna cualidad por singular que ésta sea… Sin embargo, a la luz del esfuerzo que se pone en torcer la gramática (o la realidad?) una mirada desde el punto de vista del sujeto nos hace sospechar que lo trascendente es la persona, que la historia institucional de Argentina se verá una vez más caracterizada por las personas que desempeñan el cargo y no por la entidad de su propia institucionalidad.
O que la vanidad de la “Presidenta” lo tiñe todo desde su subjetividad.

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