Wednesday, December 14, 2011




Corporativismo y caudillismo en el marco de la pastoral cristiana.
Una aproximación al populismo.

En este trabajo intentaré tematizar la relación entre caudillismo y corporativismo para dejar planteadas sus implicancias sobre el populismo.
Primeramente debo señalar dos aspectos que creo pueden resultar originales a la hora de plantear el punto de vista que voy a desarrollar y que por lo tanto es necesario traerlos a primer plano.
El primer rasgo académico del que me aparto es el que sostiene que tanto el populismo como el caudillismo son fenómenos específicos de América latina y que no reconocen por su originalidad y singularidad antecedentes históricos con los que identificarse. Metodología que pretende imponer un rasgo de autonomía a dichas entidades que responderían a causas autóctonas diferentes y ajenas a cualquier criterio interpretativo tradicional, circunstancia que lejos de ahondar en la interpretación de sus posibles causas los deja más bien con la legitimación de las imposiciones naturales (la “realidad” de las cosas) o inmersos en el contexto del realismo mágico.
Por el contrario, sirviéndonos del análisis que hace Foucault, tendremos a la vista la pastoral cristiana con su régimen ecuménico de obediencia por encima o por fuera de la ley y, de su propio acervo, las formaciones corporativas medievales. Formaciones que como administraciones del poder tienen que ver con estructuras económicas de producción precapitalistas o de un capitalismo arcaico. (Téngase a la vista la reciente presentación de Cristina Fernández en la reunión del G 20 abogando por un neomercantilismo que ponga freno a lo que denominó el capitalismo anarco financiero).
La otra perspectiva que no se condice con el andamiaje interpretativo institucionalizado es la que me permite señalar que el liberalismo no es la forma de gobierno por la que bregaría el corporativismo (si desde ya anticipamos que lo que se identifica académicamente como elite oligárquica en realidad no es más que la expresión de un sector económico que aspira a la absoluta discrecionalidad de sus intereses,  por lo tanto, más que como una clase social debe ser identificada como expresión del corporativismo). Por el contrario el liberalismo debe ser interpretado como la expresión de la civilidad burguesa que aspira a la autonomía de la voluntad en contra de la ominosa presencia del régimen económico que obtura toda diversidad de la matriz productiva. (En este sentido basta con considerar que la intelectualidad ilustrada que postula la institucionalización de la forma republicana no integra el andamiaje caudillo/corporación sino que societariamente es representante de otras inquietudes políticas y sociales… Sarmiento, Alberdi son hijos de comerciantes de la ciudad. Y este fenómeno no cesará de reproducirse.)
Con este esquema revisaremos alguna noción de la pastoral cristiana, algunos rasgos del corporativismo y la caracterización del caudillismo.

La pastoral cristiana
Cuando Foucault dice “Creo que con esta institucionalización de una religión como Iglesia se forma un dispositivo de poder sin paralelo en ningún otro lugar…” uno está tentado de hacer llegar la isomorfía de la Iglesia y la pastoral cristiana al modelo del Movimiento como organización soberana que gobierna las conductas y la cotidianeidad de los individuos.
Pero no vayamos tan lejos. En lo que nos interesa, este tipo de dispositivo de poder se caracteriza por la preeminencia del gobierno sobre la soberanía y la disciplina. Se trata de tácticas de gobierno que deciden y definen lo que es la órbita del Estado.
Este es un rasgo a destacar… cierta crítica al orden capitalista se basa justamente en la asociación de la noción de Estado con el orden gubernamental republicano liberal. Sin embargo Foucault ya nos advierte que no se trata del análisis del Estado en sí mismo sino de observar aquellas técnicas de gobierno que advienen y definen la forma del Estado. En cierto sentido lo que queremos destacar es que el corporativismo preexistente a la república hace propia como formalidad las instituciones republicanas y que no son éstas las que prevalecen sino el orden de gubernamentabilidad sustentado en otras prácticas y condiciones de posibilidad, como serán el propio orden económico y la instalación de la obediencia a través de la violencia y el terror.
Haremos una breve reseña de las características que describe Foucault con la sencilla intención de dejar tácitamente aludidas algunas identidades con nuestra idiosincrasia.
Dirá Foucault que el poder pastoral se define por la benevolencia y la noción de salvación. La pastoral supone un régimen de subordinación. Un poder pastoral es un poder ejercido sobre una multiplicidad, es un poder que guía a una meta y sirve de intermediario.(no podemos evitar señalar las resonancias con los conceptos de Laclau sobre el rol de las cadenas equivalenciales y del líder como vehículo de las demandas)
La idea de un poder pastoral se introdujo en Occidente a través de la iglesia cristiana que expresó las formas más creativas, más conquistadora, más arrogante, la más sangrienta y desplegó las mayores violencias y esto hizo que durante milenios el hombre occidental se haya considerado como una oveja y a pedir su salvación a un pastor se que se sacrificara por él.
Foucault hace jugar la noción de la pastoral cristiana en contraposición a la idea griega del gobierno de si. Lo que otra vez nos sugiere una interesante comparación con la tensión entre la autonomía de la voluntad por la que se esfuerza la intelectualidad (empezando por Moreno, siguiendo por la generación del ´37, el ´80, el Yrigoyenismo, la Reforma Universitaria y aún…) y el régimen económico aciago que impone el esquema agroexportador diseñado y consolidado por el federalismo rosista.
Esta ponderación le permite a Foucault exhibir la tensión entre el régimen pastoral caracterizado por la prescripción que ordena otro y el gobierno de sí. Abundará Foucault en destacar que el griego sólo cede su autonomía o se entrega a la dirección de otro al sólo efecto de correcciones, inspecciones de conciencia o entrenamientos que tienen por finalidad alcanzar un gobierno de si. La pastoral cristiana en cambio tiene un modelo de individualización que implica la destrucción del yo.
La pastoral cristiana, la Iglesia, ponía en funcionamiento el arte de enseñar a la gente a dejarse gobernar por otros, la pastoral cristiana replica el modo obediente. La pastoral supone una intervención permanente en la conducta cotidiana para el manejo de la vida, de los bienes, las riquezas, las cosas, concierne a los individuos y también a la comunidad. La pastoral cristiana pone en juego una red institucional densa, (una organización verticalista con estratos burocratizantes).
El pastorado no coincide con ninguna política, ni con una pedagogía ni con una retórica, es un arte de gobernar a los hombres que de algún modo trasciende a la política; la política es en cambio un ámbito también sometido a la propia pastoral, el arte de gubernamentabilidad se convierte en una política calculada y meditada cuando se apropia de este espacio de intervención política como modo de intervención en la vida de los hombres. 
“el pastorado produjo todo un arte de conducir, dirigir, encauzar, guiar, llevar de la mano, manipular a los hombres, un arte de seguirlos y moverlos paso a paso, un arte cuya función es tomarlos a cargo colectiva e individualmente a lo largo de toda su vida y en cada momento de su existencia.”(pg 192)
 Bajo el régimen de la obediencia no hay ámbito para la libertad, ni mucho menos para la autonomía de la voluntad. Lo que no está legislado no es que esté permitido, por el contrario está tácitamente prohibido (franca tensión con el principio jurídico liberal… todo aquello que no está expresamente prohibido está permitido).
Las pruebas a que es sometido el régimen de la obediencia son elocuentes: la de la irreflexión, la del absurdo o aún la de ruptura de la ley ponen de manifiesto el extremo de sumisión de la voluntad o de cualquier actitud racionalmente crítica. En el régimen de obediencia se cancela toda finalidad o instrumentalidad del comportamiento constituyendo una obediencia que se legitima en sí misma y por sí misma y en el renunciamiento a la voluntad (toda voluntad propia es mala voluntad) que alcanza su consagración en el deseo de ser mandado por otro.
El pastor no es el hombre de la ley y la vinculación del hombre con quien lo dirige es una relación de dependencia integral: sometimiento, sumisión de un individuo a otro:
“el principio fundamental de que la obediencia, para un cristiano, no significa obedecer una ley, obedecer un principio, obedecer en función de la un elemento racional cualquiera; es ponerse por entero bajo la dependencia de alguien porque es alguien.” (pg 207).
También observamos el carácter verticalista del mandato pastoral… quien manda también obedece, no manda por su voluntad sino solamente porque se le ha dado la orden de hacerlo.
Por último, en lo que respecta a la verdad ésta deberá ser enseñada, vinculada a cierto aspecto pedagógico que incumbe al pastor como ejemplo de vida y que está dirigida no sólo a la conducta cotidiana sino a una dirección de conciencia que viene a operar en un nivel por encima de la autonomía de la voluntad en condiciones de obligatoriedad permanente que se manifiesta expresamente en las prácticas confesionales que conforman un instrumento estricto de dependencia.
De este modo Foucault ha puesto en evidencia que lo que caracteriza al pastorado cristiano es que acaba por constituir una forma de poder que instaura una forma de obediencia exhaustiva, individual y permanente que introduce una técnica de poder que consiste en el examen de si y de los otros a través de una verdad íntima y secreta. Una técnica de poder que parte de una identificación analítica del estatus de individuación, que rechaza el dominio de sí y excluye al yo para instituir una red de servidumbres: individuación por sujeción a una verdad íntima y secreta.
Esta subjetividad constituida a través del pastorado, sujeta a la obediencia, es la propia de la modernidad occidental y ha conformado uno de los modos de poder en nuestras sociedades del cual aún no hemos podido liberarnos.
La instauración en definitiva de un orden de poder que cancela la política en términos de práctica entre iguales, toda vez que el consenso, requisito indispensable, como manifestación del libre ejercicio de la voluntad y de la ley ha quedado enervado, inhibido y condicionado por la intervención de otro que expresamente instituye la inhibición de la voluntad (que como dijimos es el requisito apriorístico de todo consenso).
Con esto se ha pretendido ilustrar que la institucionalización de un régimen de obediencia como primer elemento necesario para la conformación de todo orden no es un rasgo original… reconoce en cambio este claro antecedente en la pastoral cristiana con rasgos de identidad elocuentes que no sólo supone el disciplinamiento sino la imposición de un régimen y de un orden superior al que someterse. Un orden trascendental que exonera (porque dispensa del ejercicio de la responsabilidad cívica) y condena toda práctica de la voluntad. Un orden disciplinario y de obediencia que está por encima de la ley y que apunta al gobierno de la comunidad en todos sus aspectos para lograr la salvación.

El corporativismo
Nuestra observación está dirigida a destacar que la organización corporativa en nuestro país ha sido anterior a la conformación del tipo de gobierno, o que en todo caso la organización republicana amaneció condicionada y determinada por el orden corporativo que ejercía la hegemonía de la estructura económica y la contabilidad aduanera.
Las consideraciones sobre el corporativismo no dejan de actualizarse y suponen una incesante restauración, por ejemplo, en lo concerniente a la supervivencia de las democracias en América latina. De todas maneras en sus aspectos elementales el corporativismo está asociado a una fuerte presencia del Estado en lo que atañe a la dirección de todos los aspectos de la sociedad. El corporativismo es esencialmente considerado como el mecanismo de mediación y articulación de las demandas ante el Estado, como un medio institucionalizado para influir sobre las políticas públicas y aún como un medio de control sobre la ciudadanía en general. Quizás nos resulte particularmente relevante este último aspecto en lo que atañe  a las relaciones entre la sociedad civil y el Estado y sus implicancias antidemocráticas.
Antes de adentrarnos en otros pormenores, esta caracterización como práctica antidemocrática, queda habilitada en tanto y en cuanto las prácticas corporativas tienen un régimen estamentario y burocrático que desdeña el rasgo esencial de la práctica democrática en lo que concierne al respeto y la representación de las diferencias y de las minorías.
En su perfil antidemocrático el corporativismo estatal es excluyente a partir del monopolio de las representaciones que ejerce; deja afuera o subsume a las minorías y a las demandas en un conglomerado amalgamado por el líder que es el medio o mediador que da forma a los reclamos siempre dentro de la órbita de los intereses y de la agenda que prescribe el Estado. Pero particularmente viola el principio de igualdad que debería regir el orden político. La política es un ejercicio que se practica entre iguales y la estructura burocratizante y verticalista que impone el corporativismo va en desmedro de esta igualdad: la interacción entre el Estado y los sectores demandantes nunca está en condiciones de igualdad ni reciprocidad. Ni mucho menos lo están las relaciones que se establecen entre el orden económico y la civilidad.
La doctrina intenta analizar el corporativismo a partir de estrictos criterios, las mismas diferencias conceptuales llevan a  discriminar entre corporativismos dirigistas o fascistas o corporativismos estatales o sociales, aunque casi siempre dejando de lado la preexistencia de este tipo de organizaciones y considerándolas como emergentes modernos de las condiciones de gubernamentabilidad.
Tradicionalmente ajeno a la institucionalización estatal, las formas corporativas no estaban reconocidas ni previstas por el orden democrático constitucional, eran de un orden meramente fáctico pero fueron adquiriendo reconocimiento institucional al ser incorporadas al régimen de formulación de políticas públicas.
Hoy se reconocen diversas formas de corporativismo de Estado, con mayor o menor éxito en lo que respecta a la performance económica de los países en los que se lleva adelante. Aún en democracias europeas encontramos formaciones corporativas estatales o sociales que ostentan un estándar de éxito (Austria, Dinamarca, Noruega, Suecia, Suiza).
El corporativismo social se localiza en sistemas políticos avanzados sobre la base de autonomías regionales y sistemas ideológicamente plurales y es correlativo de sociedades capitalistas avanzadas, democráticamente estables y bien organizadas; en tanto el corporativismo de Estado parece ser un elemento definitorio de un orden neomercantilista, antiliberal y autoritario en sociedades de capitalismo retrasado. De tal modo que la transición a un modo de corporativismo social parece estar condicionada por una tradición antiliberal, o dicho de otro modo, las condiciones de posibilidad de un estado de bienestar sólo están dadas a partir de un desarrollo superior de las matrices productivas y del desarrollo económico de un país y no a partir de la cooptación, represión o dominación.
Por su parte el corporativismo fascista tiene sus propias razones de ser, surge de las necesidades planteadas en la transición de un modo de producción agrícola a uno industrial y de la necesidad de control sobre la población y sobre la expansión de la ciudadanía y, naturalmente, es fácilmente asimilable a determinados momentos de la historia argentina: las corporaciones como órganos del Estado, basado en una perspectiva nacionalista y sumisión de los intereses particulares al desarrollo económico.
Pero analizar el corporativismo en este sentido, aunque en muchos aspectos es revelador, margina el análisis de su genealogía distorsionando sus condiciones de posibilidad. La razón corporativa es preexistente y está insita en la idiosincrasia nacional por un determinismo económico y estructural ideológicamente instruido por el colonialismo y sus herramientas heredadas de  la Iglesia católica.
De todas maneras, a nuestros intereses, sin necesidad de adentrarnos en consideraciones académicas que intentan establecer diferentes criterios de análisis y por lo tanto definir conceptos teóricos que postulan entidades ad hoc, lo relevante es destacar una estructura corporativa que es anterior al orden republicano y por lo tanto queda fuera de esta categorización academicista que las considera como una formación novedosa a partir de la instauración republicana. El orden corporativo como organización económica reconoce antecedentes que lo pueden identificar y anticipar al orden republicano. De tal modo que las tensiones que se establecen entre uno y otro, entre el Estado liberal y el orden económico corporativo son decisivas a la hora de la conformación institucional.
Estas formas son herederas de una alineación que ideológicamente ya estaba determinada por cierta cosmovisión del mundo. De este modo lo que tratamos de hacer es evitar la discusión a cerca del corporativismo como institución, sus pretendidas justificaciones o negatividades, para establecer en qué marco y bajo qué condiciones de posibilidad este tipo de organizaciones son preexistentes al orden republicano y no son, por el contrario, un recurso a posteriori, una manera de hacer política, si no que son las propias formas supervivientes del orden colonial las que persisten y condicionan el despliegue de la república liberal en el marco de la confrontación entre la autonomía de la voluntad y la heteronomía económica.
En general adhiero a las interpretaciones que reconocen en el corporativismo latinoameriano una herencia de la península ibérica y en particular del ordenamiento conformado a partir del régimen que organizara la Iglesia católica. Aunadas al clientelismo, las formaciones corporativas son un eslabón específico del orden colonial.
El corporativismo fue propuesto por primera vez en la encíclica Rerum Novarum por el Papa León XIII (1891) como respuesta ideológica a las críticas del capitalismo y para promover la creación de sindicatos con la venia de la Iglesia en oposición a los marxistas y anarquistas, y se hizo popular como recurso para disponer dispositivos de control social que gerenciaran el cambio de perfil productivo. En 1881, el papa León XIII encargó a teólogos y pensadores sociales el estudio del corporativismo y proveer una definición para el mismo. En1884, en Friburgo de Brisgovia, la comisión declaró que el corporativismo era un sistema de organización social que tiene como su base la agrupación de hombres, de acuerdo a la comunidad de intereses naturales y funciones sociales, y que, como órganos verdaderos y adecuados del Estado, dirigen y coordinan el trabajo y el capital en los asuntos de interés común.
Pero esta reactualización reconoce antecedentes propios de la Iglesia católica. El corporativismo cristiano es rastreado hasta el Nuevo Testamento, en la Primera Epístola a los Corintios (12:12-31), donde Pablo de Tarso habla de una forma orgánica de política y sociedad y todo el pueblo y los componentes están unificados funcionalmente al igual que el cuerpo humano.
Durante la Edad Media, la Iglesia católica promovió y patrocinó la creación de varias instituciones, incluyendo cofradías, monasterios y órdenes religiosas, así como asociaciones militares, especialmente durante las Cruzadas, para establecer una conexión entre estos grupos. En Italia se crearon varias instituciones y grupos basados en la función, tales como universidades, gremios para artesanos y otras asociaciones profesionales. La creación de los gremios es un aspecto particularmente importante en la historia del corporativismo debido a que involucró la asignación del poder necesario para regular el comercio y los precios, lo que es un aspecto importante de los modelos económicos corporativistas de administración económica y colaboración de clases. Nos queda como remedo el modelo que inspiró a Durkheim.
En general se ha caracterizado al corporativismo como aquel proceso que incorpora al proceso de formulación de políticas públicas , como factor de poder, los grupos de interés que pugnan por definir en su propio beneficio dicha orientación. En el caso argentino la fundación del Estado Nación se basó estrictamente en este mecanismo, al punto de que Estado y grupo de presión confundieron su propia estructura.
De modo general podemos definir una situación corporativa toda vez que existe una relación de dependencia entre las organizaciones que representan intereses económicos específicos y el Estado. Al respecto y a modo de circunscribirnos a una definición más académica tomamos la que propone Schmitter citado por Jorge Mario Audelo Cruz en su trabajo “Sobre el concepto de corporativismo: una revisión en el contexto político mexicano actual”:
“Sistema de representación (o intermediación) de intereses en el cual, las partes constitutitas están organizadas dentro de un número limitado de categorías singulares, obligatorias, jerárquicamente ordenadas y funcionalmente diferenciadas, reconocidas o autorizadas (si no creadas) por el Estado, a las que se les concede un deliberado monopolio de representación, dentro de sus respectivas categorías, a cambio de seguir ciertos controles en su selección de líderes y articulación de demandas y apoyos”
Lo acuerdos corporativos representan una seria amenaza a la democracia. El corporativismo estatal que está vigente en Latinoamérica dista mucho de aquellos “paraísos sociales” enmarcados en la órbita del estado de bienestar; en tanto es heredero de un orden autoritario (dictaduras, regímenes de partido único o prácticas disolutorias de los partidos políticos) todos los estamentos aparecen rígida y burocráticamente subordinados al poder central, privilegiando el predominio estatal y disminuyendo o manteniendo bajo control la fuerza de los proyectos de la sociedad civil. La supeditación y el control de los trabajadores (y de la ciudadanía en general) es el objetivo fundamental que define este sistema de relaciones que emplea en muchos casos la coerción o la violencia (como ha sido el caso del régimen rosista y de los caudillos en general)
Lo que nos interesó destacar es la particularidad que el corporativismo en nuestro país no surge frente a una necesidad de gubernamentabilidad, es por el contrario en sí mismo, la condición de gubernamentabilidad que se explicita bajo el régimen del caudillaje federal, una alianza de intereses con un brazo militar aunado a prácticas de clientelismo y corrupción, bajo la tutela del terror y la violencia. Es ante esto que la civilidad reclama los cambios liberales.

Caudillismo
Hemos considerado la pastoral cristiana en lo que atañe a la imposición de la obediencia y hemos repasado el surgimiento del corporativismo como dispositivo de gestión económica alentado por la propia Iglesia católica. Lo que nos queda por considerar entonces es la forma de gobierno que adquiere la estructura económica. Asegurar la obediencia aunada al corporativismo remata en la forma del caudillismo.
No nos extenderemos en la caracterización del caudillismo. Señalaremos que para Lynch, Rosas encarna un modelo típico de caudillo: un líder sostenido por el orden económico, aliado a la clase o perteneciente a la misma, con un proyecto político y apoyo o reconocimiento popular.
Propio del carácter del caudillo es no poder someterse a un orden, son por el contrario constructores de su propio orden, particularidad que nos anticipa un perfil despóstico que se instituye por encima del orden de legitimación legal y democrático .
Lynch nos propone una tesis sobre la continuidad, a partir  del caudillo, hacia el presidencialismo personalista, el populismo y las formas de clientelismo edificadas a partir del corporativismo. Sin embargo insiste en presentar la figura del caudillo con un perfil de singularidad en tanto no está presente en el ámbito estrictamente colonial. En este sentido creo que ello depende del nivel del registro en que se haga el análisis porque, si bien es un dato histórico inobjetable que no existe la figura del caudillo bajo el régimen virreinal, esto es así en tanto el caudillo es una forma de gobierno que justamente vendrá a sustituir al orden monárquico virreinal. El caudillo no es un personaje surgido para enfrentar un poder e instalar otra forma diferente, por el contrario vendrá a apropiarse de las mismas tácticas y dispositivos de gobierno. El carácter autónomo y absolutista, centralista, dictatorial, la hegemonización de la violencia y de las demandas, la discrecionalidad sobre el reparto de tierras, son caracteres compartidos por ambos regímenes y difíciles de soslayar como para no reconocer la continuidad que los identifica. Naturalmente el caudillo es la figura emergente de un nuevo orden económico pero este nuevo orden económico no improvisa ni introduce novedad alguna en el registro de las técnicas de poder. Incluso resultará, al igual que el régimen colonial, opositor de las tendencias liberales. Al igual que el virrey el caudillo actúa como un unicato, decide con discrecionalidad a partir de un mandato soberano que está por encima de cualquier cuestionamiento democrático o racional y fundamentalmente opera como mediador entre la civilidad (a quien se trata de subsumir y reconducir) y los intereses del “Estado” que expresan los principios de obediencia y destino predeterminados por la estructura económica.
 Pero si hay un rasgo que termina por identificar la continuidad de las técnicas de gobierno entre el colonialismo y el caudillismo es la oposición a la modernización que supone, entre otras cosas, no sólo la postergación de todo lo que implicaba la revolución industrial y el desarrollo del capitalismo (de lo que fue España una de las primeras víctimas) sino la oposición a las exigencias de participación política que identifica a ambos regímenes como déspotas.
Así pues, desde luego que no preexisten caudillos, pero preexisten las tácticas de gobierno que resultan adecuadas a la estructura económica y por consiguiente a la propia matriz corporativista: proteccionismo, antiliberalismo, monopolio y oligopolio que conforman las herramientas de confrontación al libre comercio, la diversidad, la ley democrática y sobre todo a la autonomía de la voluntad.       
Por otra parte otro rasgo decisivo es el recurso a la violencia y el terror. Este carácter es manifiestamente puesto de relieve no sólo por Lynch sino, ya en su época, por Sarmiento cuando ilustra a Quiroga y también cuando analiza el régimen de Rosas. Una condición previa a la instauración republicana es asegurar la disciplina en contra de la anarquía y el desorden; personalismo y violencia ocupan el lugar de la ley a la vez que suponen un protectorado para el subordinado y los recursos locales.
Para nuestra tesis el terrorismo de Estado ejercitado por el caudillismo representa no sólo el brazo armado del régimen corporativo sino la condición de posibilidad de la gubernamentabilidad. La instalación de la obediencia que para Sarmiento representa la piedra angular de la revolución por venir.

Conclusiones
La organización del Estado Nación inspirada en una tradición antidemocrática que implicaba desconfianza en las instituciones y  prefería un poder personalista que ofrecía mejores garantías para la consolidación y perpetuación del modelo, tiene, pues, estas columnas vertebrales: a) un régimen económico oligopólico que da forma a un Estado con su propia forma de gobierno, el caudillismo; y b) territorio y población subsumidos a un orden “metalegal” legitimado por la milicia  y la palabra soberana del caudillo que garantizan la obediencia y aseguraran la cohesión social para viabilizar y promover las condiciones de posibilidad del modelo productivo.
La interpretación revisionista que brega por aunar la ideología liberal con el surgimiento de las oligarquías terratenientes desdeña el dato histórico de la concesión de tierras que practicaba el caudillo como pago de servicios y prebendas clientelísticas. Rosas comenzó la expansión de la frontera sur cuyas tierras terminó regalando a los oficiales y políticos que colaboraban con su régimen. Todos los caudillos oficiaban de terratenientes.
La estructura del caudillismo perdurará aún dentro del orden constitucional, travistiéndose si se quiere, con la impostura de las formas republicanas para evolucionar hacia la forma de presidencialismo pero preservando sus razones corporativistas.
El orden económico mercantilista consolidado según la relación cliente/patrón se perpetúa en las nuevas formas de gobierno sin que éstas puedan ni torcer ni corregir ese orden económico, para terminar de imponer un orden verticalista y burocratizante en detrimento de la participación democrática y del propio orden constitucional.
El caudillismo, ensimismado en preservar, recrear y reciclar su estructura de poder, obtura cualquier emergencia de otras alternativas que puedan significar una amenaza a su soberanía. Es propio del celo del poder concentrado obturar cualquier variación en la matriz productiva.
En este sentido lo decisivo no es la tenencia de la tierra, es el corporativismo. No es ni siquiera el modo de producción, sino que se trata de la perpetuación de un modo de gobierno basado en las formas heredadas de la pastoral cristiana: corporativismo y obediencia.
Es imprescindible comprender que de ninguna manera el proyecto liberal podía estar vinculado a los intereses del oligopolio agroexportador. El liberalismo fue una declamación principista con poco sustento económico porque sólo era la expresión de unos incipientes intereses comerciales y de clase que bregaban por la autonomía de la voluntad y el reconocimiento de sus derechos civiles frente al avasallamiento que imponía el régimen corporativo.
Si bien el proyecto liberal fue impulsado por la sociedad civil representada por una generación de jóvenes intelectuales, ésta no tuvo la fortaleza suficiente para mantener su autonomía y quedó constreñida y determinada por los intereses corporativos del hegemónico y oligopólico aparato productivo. El sistema de representación fue colonizado por el mismo sector que no sólo ostentaba razones de peso económico sino además una tradición de imposición por la fuerza. El sistema representativo cedió ante el orden piramidal y autoritario heredado del caudillaje y propio del orden corporativo definiendo como trascendente el orden presidencialista por sobre la división de poderes.
El Estado al que da forma el orden corporativo nunca puede resultar liberal. Ello es francamente un contrasentido. El Estado es siempre una herramienta para consolidar y preservar un determinado orden económico que lo precede y, como venimos sosteniendo, ese orden preexistente nunca fue liberal, ni por sus principios ni mucho menos por la manera de organizarse, y ni tan siquiera por el determinismo de sus estructuras económicas.
El caudillo fue el vehículo de la violencia como argumento decisivo para la instauración del Estado (el orden): quien hegemoniza la violencia (quien provee los fondos para solventar las milicias) decide cuáles serán aquellas verdades íntimas y secretas que regulen y dirijan a la comunidad hacia la meta de salvación por encima de cualquier orden legal o constitucional.
Naturalmente este orden tampoco podía ser democrático, la democracia no sólo se basa en la disposición de un consenso libre, de elecciones y de voluntad popular, fundamentalmente se basa en una pluralidad de matrices productivas, tanto económicas como intelectuales y sociales.
Nuestra mirada trató de concentrarse en el momento preciso de la formación del Estado, pero no podemos dejar de considerar las reverberaciones que nuestra interpretación trae aparejadas… resonancias que tienen su alcance hasta el análisis que emparenta el orden corporativo a los regímenes fascistas en los que la tradición interpretativa los asocia al surgimiento de un proceso de industrialización precario e incipiente, en sociedades emergentes  de un orden agrícola; como así también lo que supone que las organizaciones corporativas son órganos del Estado y están subordinas  a él con una  profunda raigambre nacionalista.
Sin embargo estas características pueden ser tomadas como particularidades de determinado momento histórico mientras el corporativismo reconoce por su parte una tradición y una genealogía que lo precede. El corporativismo católico, las agremiaciones medievales… la militarización del orden religioso con las cruzadas… la inquisición… (como formas de terror y persecución del enemigo) son de manera grosera un esquema político que es adoptado por la estirpe del caudillo. Con esto quiero decir que la institucionalización de procesos de industrialización no son un carácter decisivo a la hora de definir el corporativismo… éste por el contrario está definido con anticipación por otros elementos como son la organización piramidal, el autoritarismo, el ejercicio de la violencia, la defensa de sus propios intereses, y el exterminio del enemigo.
De lo presentado sacamos como conclusión que la forma de gobierno está definida por la estructura económica preexistente y que este orden es manifiestamente anterior al momento de institucionalización del Estado nación bajo la forma republicana y federal; y que esa forma de organización productiva no sólo impone la estructura de la sociedad en la que reproducirse sino que además dicha forma ya está condicionada por un dispositivo ideológico que la define en sus características y realizaciones.
Hemos bosquejado la propuesta de analizar al caudillismo como forma de gobierno corporativa y oligopólica. Y asimismo hemos postulado que  la elite oligárquica terrateniente no puede ser identificada como la impulsora de un régimen republicano (en que momento Rosas por ejemplo se muestra partidario del libre comercio de las formas republicanas?).
Dejamos pues planteada la misma pregunta que expresa Lynch “¿Qué significa populismo en este contexto?” Ciertas isomorfías entre el régimen del caudillo y el populismo en lo que atañe al carácter proteccionista, nacionalista, la apropiación de recursos, la preponderancia de un orden de legitimación que está por encima de la ley, el clientelismo y la estructura verticalista y finalmente burocratizada nos permiten postular la identidad corporativista y la continuidad del modelo de gubernamentabilidad que persevera en la postergación de la diversidad y en la proscripción de la autonomía de la voluntad en la forma del populismo.
Al respecto traemos a colación las consideraciones de Laclau cuando define al populismo perfilado como un modo de participación política y una articulación de demandas a través de cadenas equivalenciales, porque está poniendo a la vista justamente el objeto de nuestra crítica en el sentido de obturar las demandas específicas, subsumiéndolas  a un régimen estamentario regido específicamente por los intereses definidos y acordados no por la voluntad y el consenso, sino por los arreglos de intereses económicos, decidido y definido por los factores de poder. En su hegemonización como monopolios de representación y en la misma hegemonización para influir en el desarrollo de políticas públicas, el populismo, a caballo del corporativismo, ostenta rasgos antidemocráticos y constrictivos de la voluntad.



Tuesday, October 04, 2011

Una reflexión (irreverente) sobre el arte


Una reflexión sobre el arte supone en gran medida una reflexión cosmológica, es decir, por un lado postular algún criterio con el que sistematizar la mirada y por otro enfrentar la totalidad del mundo según reglas que lo organizan: si el mundo aparece organizado según un orden mecanicista u organicista siempre es posible sospechar o intuir algún plan, cierta teleología como carácter inmanente al orden. El orden, la mirada cosmológico-estetizante aparece como el primer obstáculo epistemológico por lo menos en el sentido que el hombre suele adjudicar la realización de dicho orden a la práctica de una inteligencia o razones de orden superior y que necesariamente conlleva cierta finalidad. 
En este sentido las expectativas estéticas, o el criterio para sistematizar la mirada, parecen estar presentes como un imperativo atávico de todo sistema natural. Es abundante la ejemplificación del comportamiento animal en cuanto a la disposición para el apareamiento sexual y aún en aquellas especies que lo tienen en su programa genético, la disposición a la construcción de nidos. La naturaleza  parece dar muestras, a la mirada del hombre, de una tendencia a armonizar con formas ordenadas y el hombre, no sólo ha “heredado” en su programa genético el comportamiento estético que responde en ese sentido, sino también la voluntad de aplicar ese orden estético (cosmético) como armonía para interpretar el mundo y todo su quehacer. Si pensamos en cosmos como orden pero también como raíz de la palabra cosmética podemos animarnos a decir que el maquillaje apunta a poner en orden aquello que se presenta  contrario a las expectativas estéticas, es decir contrario a toda interpretación coherente con una finalidad y un sentido.
Así pues la estética en una primera aproximación se nos presenta como un criterio para el comportamiento, una suerte de racionalidad primera que administra tanto nuestra interpretación (mirada) del mundo como nuestros modos de participar y ser reconocidos en él.
Semejante aparato, tal cual lo advirtieron los griegos, no podía ser desoído a la hora de plantear las cuestiones políticas Así lo vieron y definieron el cosmos como orden y lo tomaron como modelo a replicar. Si las esferas celestes giraban en circunferencias, el círculo era un modelo de perfección y todo debía apuntar a dicha perfección. El ágora se planteaba como el epicentro de un círculo virtuoso y con ello sostenían estéticamente sus principios democráticos.
Ahora bien, a este principio estético se le suman las prácticas y habilidades del hombre, naturalmente regidas por el mismo principio; quiero decir: el hombre no deja librado su hacer a realizaciones que no estén sujetas a este principio. Aún estamos lejos de un criterio estético que apunte al placer como satisfacción de nuestros deseos.
Vimos entonces que el orden estético forma parte del orden político y vimos también que existen también ciertas habilidades del artificio humano regidas por la expectativa estética: esta cópula da nacimiento al arte.
El poder político se ilumina con las imágenes que hace producir. A la estética geométrica del ágora (pirámides y templos) se le suma la estética de las imágenes, el poder hace uso de las habilidades como medio de propaganda, una suerte de medio masivo avant la lettre. El matrimonio entre poder y arte se desplegará hasta que el poder encuentre otros medios  con los que escenificar y representar su omnipresencia (la imprenta, la radio, la T.V, el cine y por qué no las ciencias duras que también responden a principios estéticos-cosméticos que suelen travestirse en las matemáticas) y relegará al arte a la categoría de industria. Industria que por otra parte no deja de replicar los modos de producción y por ende sigue siendo un disparador ideológico como dispositivo de sujeción.
Con esta rápida observación intentamos llegar al momento actual en que el arte ya no es al menos en la medida que supo serlo, una herramienta explícita de propaganda del poder, sino que se muestra como una maquinaria que sólo replica su propio funcionamiento… un sistema autorregulado (por el principio estético-cósmico) que produce estructuras semánticas disipatorias, alternativas, pero que en el contexto de producción capitalista es sólo capaz de expresar la alienación del artista-trabajador.
Está a la vista que la suerte de un artista no va de la mano con su éxito o fama, su producto es ajeno a sus propias intenciones y de lo único que puede dar fe el artista es de su sufrimiento.
Desde luego que el hombre continúa con sus manifestaciones estéticas. Incluso se ha hecho del “arte” una industria muy productiva, sin duda sin jugar el papel protagónico de antaño aún es capaz de ser utilizado como medio expresivo de programas de disciplinamiento en general.
Hay quienes cifran esperanzas en cierta racionalidad artística, como si el artista fuera una vanguardia que dirime cuestiones semánticas en los confines del mundo conocido, que es un adelantado, un visionario capaz de proponer teorías o denunciar lo callado… La posibilidad de aspirar a una racionalidad artística, una sublimación que escape a la represión no parece más que una ilusión que difiere nuestras penurias a futuros prometidos. El placer, emergente residual de la actividad artística, postulado como fin en sí mismo, supone un conflicto que pone en crisis la economía libidinal del hombre, supone un gasto extra de energía sin razones aparentes que lo justifiquen, un desvío subliminal que re reinvierte en el consumo de formas mercantilizadas.
Pero, en síntesis, podemos decir que la estética es una cuestión que nos remite a cuestiones de orden. Estas cuestiones de orden convergieron en las construcciones del poder y dieron lugar al arte. Cuando el arte dejó de ser la herramienta por excelencia de la difusión y propaganda del poder, el artista sin embargo continuó con su quehacer pero ya no hace sino replicar las formas de producción que explicitan la explotación, la alienación y el sufrimiento.

Thursday, May 13, 2010

Constreñir la voluntad
I
Constreñir, al menos según la definición de la Real Academia (Obligar, precisar, compeler por fuerza a alguien a que haga y ejecute algo) no es algo muy distinto a obligar e incluso parece tener connotaciones aún más rígidas y rigurosas. Así las cosas uno debería considerar que no ha sido esa la palabra o al menos el sentido que ha querido plasmar Kant al establecer una diferencia y una particularidad en el efecto del mandato. Más allá entonces de un circunstancial problema de traducción trataré de analizar los alcances que propone Kant.

Presentar la oposición entre el mandato y las inclinaciones como un conflicto de intereses es abortar el desenvolvimiento de la razón. El obrar humano, como hecho o acto no debe quedar reducido a la eventual elección: la opción no es de ningún modo la expresión de la libertad, en todo caso, si la libertad sólo es concebida como esta facultad elemental, se deja fuera de juego el propio ejercicio de la razón. En cambio el acto es el resultado de la libertad que únicamente puede ser concebida como consecuencia de la toma de conciencia que constriñe, no a someter nuestras inclinaciones, sino a procesarlas e inscribirlas según la dialéctica de la razón en el orden de la ley, es decir del significante o del sentido.

Concebir el mandato como “prohibición” o “represión” es suponer que el mundo del hombre, lo social, es un producto enajenado del hombre, una suerte de plusvalía que le es expropiada, el resultado de su trabajo en el que ya no se reconoce, a la par que se ve tentado de alentar entonces un orden íntimo como más genuino y verdadero que la propia realidad. Por el contrario el hombre debe poder reconocerse en el mandato en tanto discurso social, resultado de su propio trabajo, no para someterse a él, sino para dar curso por su intermedio a su productividad/creatividad (poiesis) racional.

Vamos a recurrir a Hegel para servirnos de lo que en ajedrez podría ser el análisis de una posible continuación. Dice Hegel en su Filosofía del Derecho en la Sección 142 que: “la Ética es la idea de libertad, como bien viviente que tiene en sí su saber y su querer, y por medio de su obrar, su realidad, así como éste en el ser ético tiene su fundamento que es en sí y por sí y el fin motor; la Ética es el concepto de la libertad convertido en mundo existente y naturaleza de la conciencia misma.”

Sin que recurrir a Hegel implique necesariamente una línea ideológica de interpretación, me parece que en dicho párrafo queda bien formulada la cuestión: la libertad como síntesis del saber y del querer que, en tanto obrar, se constituye concretamente en el mundo existente.

Lo que hay que tener presente es que la constricción es consecuencia del obrar propio de la razón que introduce como sobredeterminación su propia crítica en tanto ejercicio de la libertad. Es decir, la constricción no es un hecho ajeno a la propia razón sino que es su propio resultado; y al mismo tiempo, no es posible, al menos lógicamente, pensar que la razón conciba, siendo ella en sí misma crítica, un momento donde quedará cancelada. La ley no está exenta de ser objeto de la crítica (o de la persuasión, como decían las Leyes en el Critón), es decir de un renovado ejercicio de la libertad.

Aunque no creo que el problema esté debidamente planteado, como si se tratara de una mera sinonimia entre constreñir y reprimir, si la ley constriñe a la libertad lo hace sólo como expresión de la propia libertad. La ley constriñe pero nunca anula la libertad sino que la obliga a la siguiente movida. Constriñe en todo caso como toda objetividad que se presenta como negación de mis posibles inclinaciones, pero sólo adquiere sentido y concepto en tanto será a su vez objeto del trabajo incesante de la libertad que no sólo ejercerá la crítica sino que se constituirá en la plataforma de lanzamiento de mis inclinaciones reformuladas según la representación de la ley.

El mandato no obliga a obedecer, el mandato es la introducción en la realidad de una sobredeterminación ejercida por la libertad, que no manda sino que provoca el reinicio de la práctica de la razón.

El objeto de la razón no son las inclinaciones sino sus propias representaciones/proposiciones y sólo sobre ellas se puede ejercer la libertad. De otro modo, sin los objetos de la razón no hay libertad posible porque quedaríamos reducidos al aturdimiento del determinismo natural.

La constricción pues, no es un mandato del orden de la determinación absoluta, sino el disparador de la dialéctica de la razón: si la hay, la única orden subyacente que verdaderamente constriñe según al definición de la Real Academia, podría formularse como el imperativo a someter el quehacer humano al ejercicio de la razón, esto es, inscribir la síntesis del saber y el querer en el orden del significante. Es esta certeza de sí mismo (reconocerse en la identidad con esa síntesis) lo que refunda incesantemente la libertad y el ejercicio de la razón.

II
Por otra parte Kant deja insistentemente en claro que ninguna experiencia puede dar lugar a inferir leyes apodícticas: “tampoco se podría hacer a la moralidad más flaco servicio que si se quisiese tomarla prestada de ejemplos.”[1] (…) “todos los conceptos morales tienen su sede y origen completamente a priori en la razón, y, por cierto, en la razón humana más ordinaria tanto como las más especulativa en grado sumo; que no pueden ser abstraídos de un conocimiento empírico y, por ello, meramente contingente.”[2]

En efecto parece que toda interpretación de la fundamentación kantiana tiende a recaer en la consideración de las leyes particulares como si fueran aquella de contenido apodíctico y a partir de ello reprocharle cierta inconsistencia sin tener en consideración que dichas leyes de contenido práctico, particular y contingente son ellas mismas la formalización de una inclinación contingente y de ninguna manera un ejemplo del imperativo categórico; lo que en cierto sentido viene a plantear la necesidad de una justificación filosófica que supere la instancia de un discurso vulgar.

Asimismo no habría que perder de vista que de las propias inclinaciones sólo se adquiere conciencia en tanto son formuladas en cierto orden simbólico, de modo que la dialéctica entre el orden natural y el de la razón ya está inscrita en el orden de la propia razón en tanto dichas contingencias suelen o tienden a ser reconocidas como derechos. Pretender que las inclinaciones estarían en una posición determinante, como que la razón es esclava de las pasiones, significa negar que estas pasiones desde que están reconocidas están ya formuladas en un orden (simbólico) de significación; o en todo caso negarle a la voluntad, en tanto razón práctica, toda entidad y eficacia en la construcción del mundo del hombre.

Kant de todas maneras confronta el orden necesario de la razón con las contingencias subjetivas y señala que existe un orden en el que la voluntad no actúa conforme a la razón, pero justamente allí es donde se pone de manifiesto que la obediencia de esta voluntad no se debe dar necesariamente.

Es posible que el propio Kant haya cedido terreno al tolerar cierta permeabilidad en el análisis y permitir que el imperativo categórico fuera ponderado a la luz de consideraciones vinculadas a contenidos contingentes de determinadas leyes objetivas. La institución de la ley penal, por ejemplo, puede pretender arrogarse la fuerza coercitiva y la justificación de la razón pura pero no hay que perder de vista que, por el contrario, el imperativo categórico no requiere nunca del ejercicio de la violencia que detenta el Estado para sostener la aplicación de las leyes objetivas.
Visto de otro modo, el único imperativo categórico es la inscripción en el orden simbólico de la ley del significante ajeno a todo contenido que pudiera referirse a cuestiones supuestamente determinadas por las pasiones. En última instancia esta sumisión a las inclinaciones lejos de instituir la preeminencia de cierta subjetividad o la reivindicación de ciertos derechos particulares, estaría condenando a la individualidad a la falta total de discernimiento y voluntad.

“Finalmente hay un imperativo, que sin poner por fundamento como condición cualquier otro propósito que alcanzar por una cierta conducta, manda esta conducta inmediatamente. Este imperativo es categórico. No atañe a la materia de la acción y a lo que se sigue de ella, sino a la forma y al principio de donde ella misma se sigue.”[3] Esta autorreferencialidad del imperativo categórico solo manda a que la razón se confronte a sí misma; el imperativo categórico manda al ejercicio de la libertad que se introduce en la práctica crítica.

[1] Kant, Immanuel; “Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres”, Editorial Ariel, S.A. Barcelona, pg 147.
[2] Idem; pg 153.
[3] Idem, pg 163
El indeterminismo de Hume
El pensamiento de Hume es abismal y por lo tanto insoportable (en el sentido que no tiene soporte). El escepticismo puede ser interpretado como nihilismo, pero como ejercicio metódico es necesario para el análisis, y una vez que expone las debilidades de los presupuestos que critica, propone el desafío de enfrentar el abismo de lo indeterminado. Hume no acepta estar obligado a optar por las polaridades que determinaron las discusiones escolásticas, considera que ambas conducen a errores.
El hombre no es un misterio ante el que fallan las teorías que no saben develarlo. Hume propone un hombre resultado de la interacción entre las afecciones y el entendimiento que se renueva incesantemente después de cada síntesis.
Preferiría considerar la teoría de Hume como un síntoma de la época. Compelido, según la impronta “científica”, a rever el contenido y los fundamentos del conocimiento escolástico tradicional, el análisis de Hume parece arribar a un extremo escéptico del que no queda exceptuado no sólo el ámbito metafísico sino la propia ciencia “newtoniana” fuertemente determinada por el principio determinista de la causalidad.
Hume llega al límite del pensamiento, uno podría decir que deja tácita la pregunta por la interdicción planteada por Parménides: que no se puede pensar el no ser. En efecto, Hume encarna un análisis dialéctico (si se quiere algo estilísticamente desordenado) que por la propia fuerza del análisis deja sin fundamento tanto a la ciencia como a la metafísica. Al no poder resolver el problema de la inducción más que negativamente se abre la posibilidad de la creatividad conjetural e hipotética. Interpretar creativamente las relaciones implica abrirse a las combinaciones y emanciparse del condicionamiento estricto de la ley natural.
Esta es la apertura de la mente del hombre que debe arriesgar sus hipótesis interpretativas para sobreponerse al mundo con un plus de creatividad dado por la inteligencia como herramienta no de desciframiento y explicación sino de creación.
A pesar, o justamente por su vocación analítica Hume pone en crítica la teoría newtoniana; la vocación científica sumada al análisis filosófico arroja sospecha sobre la construcción determinista de la física. El racionalismo no debería conducir a ninguna necesariedad, la crítica de Hume no es irracional, por el contrario es el ejercicio de la introducción de una escisión a partir de la libertad del pensamiento.
En este sentido la conjetura no necesariamente explica el mundo; la conjetura es la elaboración de un posible: el hombre no sobrevive gracias a su entendimiento del mundo sino gracias a sus artificios, no por aproximarse a la verdad sino por concebirla y producirla inteligente y racionalmente.
Ni la ciencia ni la metafísica que tiene ante si Hume dan respuestas, una y otra conducen a errores, pero esta crítica no es la última palabra, no es el escepticismo que eventualmente pudiera conducir a algún idealismo, sino que nos obliga al próximo paso racional e inteligente.
El hábito, tanto en ciencia como en metafísica, conduce a un comportamiento irreflexivo, a un determinismo que lejos de las certezas produce errores. Sin la crítica de Hume quizás no habría ni relatividad ni física cuántica.
Hume se enfrenta a los fundamentalismos que ofrecen una explicación del mundo, no puede admitir ninguna continuidad y deja abierta la necesidad de formulación de teorías por ruptura.
El escepticismo pretende eliminar el carácter de certidumbre que el sentido común (aquella cosa que según Descartes se hallaba mejor repartida) consideraba como fundamento del conocimiento, luego certeza y conocimiento ya no son lo mismo.
Por su parte la crisis pirrónica no implica un reconocimiento de límites; el infinito no es un límite pero si probablemente una amenaza en tiempos en que se trata de imponer entre el absolutismo y la constitución de los estados formas de gobierno que constituyan bases sólidas (bien fundamentadas y deterministas) y constrictivas de la voluntad del hombre, preocupadas por establecer un orden. Y en este contexto, aún vigente, es probable que la teoría de Hume resulte disonante. De qué manera conoce el hombre es determinante para resolver la cuestión política Si el pensamiento hubiera sido verdaderamente estimulado a vencer los “límites” hubiera comprendido las implicancias del infinito no como disvalor sino como un desafío. La noción de infinito no connota límite alguno, por el contrario nos expone a un vértigo: el escepticismo no es más que la constatación de que determinado tipo de conocimiento es fallido en su pretensión de certeza pero Hume no suspende el juicio, por el contrario despliega una explícita crítica.
Para Kant, Hume es un escéptico porque no reconoce conexiones necesarias, pero justamente esta observación hará necesario pensar que dichas conexiones son impuestas por el hombre y no están solo dadas por dios o por la naturaleza. En defensa del “escepticismo” de Hume sólo reitero que dicho escepticismo no es conclusivo, sino que es aperturista. Sin dicho escepticismo es imposible hacer la crítica que ensaya Hume dejando planteada para siempre la incógnita respecto de todo determinismo. Justamente Hume despliega sus juicios como resultado sintético del juego dialéctico entre las afecciones y el entendimiento y en cierto sentido Kant se debería reconocer antes que nada deudor de estas hipótesis.
Quizás sea cierto que a Hume le faltó reconocer la necesariedad de una ciencia formal, como esquema simbolizante de la naturaleza humana, pero creo que el esfuerzo de Hume es de por sí válido para dejarle a Kant la vía allanada para pensar en ese sentido. De otra manera, ni la ciencia newtoniana ni la metafisica escolástica podían permitir, mucho menos, semejante propuesta.
En consecuencia, deberíamos considerar la imaginación como trabajo superador (superar lo dado, las afecciones, como extensión de los límites del conocimiento, el conocimiento como resultado del trabajo de la fantasía) no es una negación del conocimiento: el conocimiento existe como trabajo de la imaginación. La asociación de ideas podría ser pensada como combinatoria: el espíritu construye un lenguaje que usa como significantes las afecciones, cuyos referentes y significados no son el objeto externo, sino sus propias construcciones: la imaginación produce hipótesis y conjeturas (ideas complejas).
No hay ciencia de la naturaleza que no sea observación de sus efectos en el espíritu. Como tampoco hay ciencia posible a partir de un espíritu solipsista. El trabajo de Hume contempla esta dialéctica y denuncia el fracaso de cualquier intento unívoco. En Hume coexisten dos puntos de vista: la pasión y el entendimiento, y la crítica apunta a denunciar la imposibilidad de constituir una ciencia si no se basa en el objeto como efecto, como el resultado de la interacción entre las pasiones y el entendimiento que una vez relacionados ya no son la misma cosa. Cuál es el objeto de Hume? El hecho es aquello que constituye al sujeto cuando afirma un juicio superador de la idea, de lo dado. Sumado a que este producto no puede ser causa de ninguna afección, que no se constituye en idea, el hombre no tiene idea de si mismo, un si mismo que además es un efecto que se renueva y cambia con cada nueva síntesis.

Sunday, April 04, 2010

Una reflexión pascual
Salta a la vista una comparación espontánea entre Sócrates y Jesús sentenciados por la justicia del hombre. La reflexión intuitiva nos propone la certeza evidente del error humano procediendo, con sentencias irremediables, a ejecutar hombres sabios y justos. Sin embargo la analogía no es completa porque como veremos la actitud ética y política de Sócrates no es la misma que la de Jesús.

En el Critón, Platón relata la discusión que sostiene Sócrates para negarse a aceptar la ayuda que se le ofrece para escapar y salvar su vida. Su argumento es que si salva su vida escapando de la ley ateniense estaría en un error, el error de negar la ley que ha sido lo que durante toda su vida ha pretendido defender: para Sócrates la ley del hombre está por encima de su propia vida. Siendo la ley la máxima expresión de la razón, nada puede estar por encima.

No es el caso de Jesús, que se somete a la ley del hombre como sacrificio, para denunciarla como un error y poner por encima la ley del padre con toda la autoridad necesaria para cuestionar e impugnar la terrenal.

El mandato iluminista, “obedece así podrás razonar tanto como quieras”, está presente en la ética socrática, contrariamente al ejemplo de Jesús que procura poner en entredicho la posibilidad que la ley humana sea todo lo justa que se pretende: el hombre no será libre bajo la tutela de la ley terrena, deberá mantener un estado de objeción de conciencia inquebrantable frente a dicha justicia que no es garantía de emancipación.

Jesús parece encarnar una crítica postmoderna avant la lettre, presenta una clara denuncia contra los monstruos de la razón y justifica el ejercicio de la crítica en legítima defensa.

Así las cosas, el argumento cristiano acaba siendo diametralmente opuesto al socrático, uno y otro se inmolan por razones diferentes, uno a favor de la ley humana otro en flagrante subversión. Aún queda por dilucidar si todos los actos deben ser judiciables por la ley del hombre o por la ley del padre, o si hay un ámbito de libertad que es trascendente a la ley, si la libertad es únicamente tributaria de la ética o si la ética y la política son ellas las subsidiarias de la libertad.

La discusión no debería quedar ingenuamente trabada en torno de la opción por una ley u otra, la libertad bien entendida no se restringe a la capacidad de decisión; la polaridad bien observada no hace más que anunciar tácitamente la existencia de un mundo que comprende las contradicciones y resulta por tanto superador.

Monday, March 08, 2010

La vanidad de la “Presidenta” lo tiñe todo desde su subjetividad

Un comentario referido a una cuestión si se quiere menor, como es el problema semántico sobre el uso del término “presidente” y si corresponde o no alguna corrección según el género.
Está claro que el término “presidente” alude a un cargo, y como tal a una función; y como tantos otros sustantivos no reconoce una declinación por el género. La lluvia es femenina y no hay agravio alguno para la masculinidad porque no hallemos manera de llamarla de un modo masculino.
Diferente es el caso cuando adjetivamos un sustantivo… si de lluvia adjetivamos lluvioso, correctamente podremos decir que el día es lluvioso como la tarde ha sido lluviosa. El adjetivo se ajusta a la forma del sustantivo.
De allí podemos inferir que la forma “presidenta” resulta de una adjetivación del sustantivo.
Y si esto es así, el ajuste al género conlleva una desnaturalización… ya no hablamos de un sustantivo sino de un adjetivo.

Si bien puede ser válido el esfuerzo por reparar algunas injusticias nunca hay que perder de vista que ese esfuerzo no implique un deterioro en el orden significativo.
Si Cristina Fernández quiere ser llamada “presidenta”, gramatical y semánticamente estaríamos haciendo uso de un adjetivo que califica al sujeto C.F. con lo que queda más que claro que la preeminencia recae sobre el sujeto. Así pues, si no queremos desnaturalizar el cargo, no puede haber una tal “Señora Presidenta”, salvo que se nos ocurra que tal cargo es sólo una adjetivo calificativo, una accidentalidad en la persona.
En este caso, el cargo debería ser más trascendente que la persona y no debería ser modificado o desnaturalizado por las particularidades de quien lo inviste, salvo que alguien quiera pensar que la persona está por encima, pero de todos modos también sabemos que un adjetivo sólo alude a la accidentalidad, a la contingencia del sustantivo y nunca a su esencia.
De un sencillo análisis gramatical quizás se puedan extraer algunas observaciones no sólo psicológicas sino también institucionales.
Según se desprende de lo que venimos diciendo la institución, el cargo, tiene la trascendencia que no tiene la persona que lo ocupa y no puede (o no debería) ser modificado por ninguna cualidad por singular que ésta sea… Sin embargo, a la luz del esfuerzo que se pone en torcer la gramática (o la realidad?) una mirada desde el punto de vista del sujeto nos hace sospechar que lo trascendente es la persona, que la historia institucional de Argentina se verá una vez más caracterizada por las personas que desempeñan el cargo y no por la entidad de su propia institucionalidad.
O que la vanidad de la “Presidenta” lo tiñe todo desde su subjetividad.

Wednesday, December 03, 2008

La
cuestión de la escritura
en el
Fedro de Platón.


I.-
Cuando anhelamos frente a la superficie de una página en blanco que la verdad nos salga al encuentro, lo que adviene es la escritura: ninguna razón, sólo un hacer, ningún sentido, sólo fuerzas y energía encaminadas por una técnica. La escritura es una producción que no necesariamente tiene vinculación con verdad alguna, sin embargo será su desorden, su arte combinatoria, su serie anagramática o, mismo, en algún momento, su propia autorreferencialidad, los que, como posibilidad de generar sentido, mantengan en vilo las tensiones y las fuerzas en juego durante su producción.

Un mundo en expansión está, incesantemente, enfrentándose en los confines, con la novedad. El mito dice que Prometeo era en verdad el más sabio de su raza, no sólo creó al hombre; con la ayuda de Atenea le enseñó la arquitectura, la astronomía, las matemáticas, la navegación, la medicina, la metalurgia y otras artes útiles , sino que a veces suplicante y otras veces con atrevimiento (como cuando roba el fuego), supo protegerlo y mantenerlo a distancia de Zeus (que había decidido extirpar a toda la raza humana irritado por sus crecientes aptitudes y facultades) .(Cf. Robert Graves, Los Mitos griegos T. 1, pg 165. Ed. Losada, Bs.As 1967).

II.-
Y si de invenciones o técnicas se trata, así nos refiere Platón, con un mito, la invención, entre otras artes, de la escritura:

“Me contaron que cerca de Naucratis, en Egipto, hubo un dios, uno de los más antiguos del país, el mismo al que está consagrado el pájaro que los egipcios llaman Ibis. Este dios se llama Teut. Se dice que inventó los números, el cálculo, la geometría, la astronomía, así como los juegos del ajedrez y de los dados y, en fin, la escritura. El rey Tamus reinaba entonces en todo aquel país, y habitaba la gran ciudad del alto Egipto que los Helenos llaman Tebas egipcia y que está bajo la protección del dios que ellos llaman Ammon. Teut se presentó al rey y le manifestó las artes que había inventado, y le dijo lo conveniente que era extenderlas entre los egipcios. El rey le preguntó de qué utilidad sería cada una de ellas y Teut le fue explicando en detalle los usos de cada una; y según que las explicaciones le parecían más o menos satisfactorias, Tamus, aprobaba o desaprobaba. Dícese que el rey alegó al inventor, en cada uno de los inventos, muchas razones en pro y en contra, que sería largo enumerar. Cuando llegaron a la escritura: “¡Oh, Rey! –le dijo Teut- Esta invención hará a los egipcios más sabios y servirá a su memoria, he descubierto un remedio contra la dificultad de aprender y retener. Ingenioso Teut, respondió el rey, el genio que inventa las artes no está en el caso de la sabiduría que aprecia las ventajas y las desventajas que deben resultar de su aplicación. Padre de la escritura y entusiasmado con tu invención, le atribuyes todo lo contrario de sus efectos verdaderos. Ella no producirá sino el olvido en las almas de los que la conozcan, haciéndoles despreciar la memoria; fiados en este auxilio extraño abandonarán a caracteres materiales el cuidado de conservar los recuerdos, cuyo rastro habrá perdido su espíritu. Tú no has encontrado un medio de cultivar la memoria sino de despertar reminiscencias y das a tus discípulos la Sombra de la ciencia y no la ciencia misma. Porque cuando vean que pueden aprender muchas cosas sin maestros, se tendrán ya por sabios y no serán más que ignorantes en su mayor parte y falsos sabios insoportables en el comercio de la vida.”(Platón, Fedro)

Nos ocuparemos entonces de los comentarios que le merece a Sócrates/Platón el tema de la escritura en particular, en el Fedro.



III.-
El Fedro nos propone una trama de íntimas relaciones temáticas que, sin duda, responden al rigor metodológico de la dialéctica platónica. Sin perjuicio de atender a cada una de sus partes en forma independiente, el discurso en su totalidad puede ser interpretado como una exposición ejemplar según la opinión de Platón sobre cómo debe tratarse un tema para no incurrir en falsedades o pensamientos alejados de la verdad.

La temática del Fedro aborda el amor, la belleza, el alma y la retórica, pero todos esos temas articulados están organizados de tal modo que constituyen un tratamiento dialéctico ejemplar. El análisis de cada tema le servirá a Platón como desarrollo necesario para alcanzar la síntesis dialéctica.

El método dialéctico requiere distinguir mediante definiciones y comparaciones, semejanzas y diferencias no sólo entre el objeto en cuestión sino también entre los términos de las premisas (confrontar los discursos): definir el objeto (el amor) y considerar el alma al que se dirige el discurso, de tal modo de poder argumentar con fundamentos verdaderos que se sostengan en los conceptos paradigmáticos que se hallan en el Sumo Bien.

Hay una transición valorativa que va de los primeros discursos del diálogo que contenían juicios condenatorios contra el amor, al segundo discurso de Sócrates y a la conclusión donde se enaltece el amor a la sabiduría, hermanándolo mancomunadamente con el mismo guión del diálogo, con el tema principal: el método dialéctico y el repudio de la retórica. El amor ha operado como alegoría del tema central, porque es el mismo amor que se debe a la sabiduría.

La tercera parte del diálogo está constituida por la conclusión a la que se arriba después de confrontar los argumentos de los dos primeros discursos y los contra-argumentos del último discurso de Sócrates. La conclusión versa entonces sobre la retórica: cómo determinados discursos aluden solo por verosimilitud y esquivan a la verdad; el arte retórico debe ser más que una mera técnica y no debe excluir el tratamiento del verdadero conocimiento.

Platón expone como síntesis dialéctica las diferencias entre el procedimiento retórico y el dialéctico. El primero aparece vinculado a la doxa, supone una forma de conocimiento que carece de modelo formal, de tal modo que sus métodos informales comparan los términos en discusión basándose en la verosimilitud, reproduciendo con esto solo una copia del paradigma. El procedimiento dialéctico, en cambio, aparece relacionado con el conocimiento de la forma general del discurso y por lo tanto con la verdad del paradigma postulado como más adecuado, permitiendo deducir premisas que además de probables sean plausibles y generalizables

La dialéctica debe prevalecer sobre la retórica en función de un beneficio social: la importancia de trasmitir una verdad bien fundada en la ciencia de la razón dialéctica. En contraposición a la retórica que supone un conocimiento basado en conjeturas (doxa) que acaba confundiendo con su simulacro (que es una reproducción imperfecta de la razón) y del que hay que cuidarse porque a pesar de sus informalidades tiene una inquietante repercusión social.

El Fedro se constituye en una pieza ejemplar para exponer el debido discurso que por aplicación de la dialéctica alcanza las conclusiones sólidas: las palabras verdaderas están escritas en el alma, y solo son propias del dialéctico o filósofo.


IV.-
En este despliegue del mito al logos, siguiendo su derrotero podemos ver que la palabra ha tomado la torción moebiana necesaria para terminar representando una realidad muy diferente: del relato mítico, del poema homérico, a la palabra dialéctica. Surgida de la polémica política, habiendo pasado por la palabra religiosa (la del dios de justicia, la del oráculo): sea en el orden que sea, la palabra ha representado la expresión de la verdad, tanto la vía de comunicación de los dioses, como la decisión política.

Cuando terció lo escrito, amenazando con subvertir y desacoplar los engranajes y el orden dialécticos de la palabra verdadera y del verbo divino, el discurso político, el discurso filosófico y el discurso mágico religioso conforman una red, un tejido de tensiones respecto de su eficacia, utilidad y aún respecto de su sentido.

La urdimbre de este tejido se asienta en los bastidores de la razón y de la polémica (la dialéctica); las coordenadas cartesianas de los ejes “y/x” se cruzan en el vértice “cero” de la palabra.

La razón será la expresión de determinada proporcionalidad, de determinada justicia y equilibrio en las divisiones y en los repartos; una razón basada técnicamente en la matemática y en el orden geométrico que reconoce fuertes influencias de la astronomía.

En efecto, en el ámbito político, la palabra ahora recurrirá a lo escrito y tendrá la forma de la ley, y será la expresión de esa razonabilidad. Será la manera de fijar el arreglo socio-político una vez resuelta la discusión y la polémica; signarlo de tal modo que en lo sucesivo, nadie pueda desconocerlo, ni deba ser reformulado. En esta disposición, en la ley, la escritura se presta francamente para satisfacer el fin perseguido y dejar estatuida la palabra que ha sido resultado de la discusión en la que alguien ha triunfado en su esfuerzo por establecer cierto orden.

Por el contrario, para el discurso mágico religioso, signado él mismo por una tradición de la oralidad basada en la memoria, la escritura comportará una amenaza, un territorio apropiado para la falsedad, la doxa, o por lo menos, la escritura se mostrará como el ámbito de la palabra infundada sin sustento verdadero. En esta línea podemos leer la crítica del Fedro, que tanto se refiere a la oratoria como a la escritura.

Pero el tercer discurso, el filosófico, hijo legítimo, tanto del discurso mágico religioso como del discurso político, abrirá su propia brecha, haciendo propia la escritura, haciéndola hábito, como territorio de sus despliegues.


V.-
En el Fedro Platón ofrecerá un método que asegure el éxito, un método imprescindible para formular una palabra verdadera. Nos dará su versión de un verdadero arte de la palabra.

Desarrolla los principios y requisitos elementales: definición del objeto; desarrollo de las ideas; descomposición de lo complejo (método analítico, que es el modo de aprender a hablar y pensar), reconocimiento del alma del interlocutor (cuando el orador sepa adecuar su discurso a las diferentes almas “sólo entonces poseerá el arte de la palabra”); establece la diferencia entre dominar las nociones preliminares de un arte pero no el arte mismo, en tanto estas técnicas pueden representar un mero artificio que podrá referir a la verosimilitud pero nunca a la verdad.

Platón, militante de la verdad de inspiración divina, sólo reconoce legitimidad a la palabra expresada bajo el entusiasmo de la posesión divina: el furor promovido por el delirio que animan las musas, el oráculo apolíneo, los iniciados a Dionisos y el delirio del amor que es el más divino de todos.

En efecto, si uno de los protagonistas principales del diálogo es el amor, el trasfondo del diálogo aludirá alegóricamente al amor por la verdad, el amor por la sabiduría, el fundamento de la actitud filosófica.

En este contexto la controversia principal será en torno de la retórica, en cuanto se trata de una colección de técnicas que si no siguen el rigor del método dialéctico, no podrá superar una peligrosa verosimilitud.Peligrosa verosimilitud que inquieta la preocupación de Platón por la transmisión, comunicación, educación y enseñanza de la verdad.

En ese aspecto, la escritura es una expresión signada por la debilidad. Lo escrito requiere de su autor para defenderse, no responde a las preguntas, puede caer en manos ignorantes que mal interpreten la lectura y no puede adecuarse a la naturaleza del alma del interlocutor.

“El que piensa transmitir un arte consignándolo en un libro y el que cree a su vez tomarlo de éste, como si estos caracteres pudiesen darle alguna instrucción clara y sólida, me paree un gran necio; y seguramente ignora el oráculo de Ammon si piensa que un escrito pueda ser más que un medio de despertar reminiscencias en aquel que conoce ya el objeto de que en él se trata.”(Platón, Fedro)



VI.-
La escritura como toda innovación tecnológica, en sus albores es dada a la mimesis con las tecnologías que la anticiparon, sólo el devenir le dará la posibilidad de desplegarse según sus cualidades y generar un sentido diferente.

La técnica de la oralidad (heredada de un orden mítico sostenido por la memoria) se basaba en el prestigio tradicional de una autoridad legitimada por el carácter de privilegio y excepcionalidad de aquellos que estaban poseídos por los dioses y eran capaces de pronunciar una palabra verdadera.

Es manifiesto que la escritura no comparte estos rasgos de pertenencia. Ni siquiera se halla animada por la movilidad del alma: es un hacer del registro de la producción y queda estanco. Mientras la palabra verdadera está inscrita en el alma y participa por tanto de esta idoneidad: la vía de comunicación con los dioses, la inmortalidad. La palabra verdadera está vinculada a la intimidad, el proceso veritativo es íntimo, producto del trabajo del alma.

En cierto sentido, la vocación socrática por la oralidad en contra de la escritura viene concatenada con la tradición místico religiosa en cuanto al origen sobrenatural de la verdad: el hombre no produce verdad; capacitándose, ejercitándose, podrá descubrirla o interpretarla, porque la verdad es como el oráculo: es lo que fue, es y será. La verdad es de un orden sobrehumano que preexiste al hombre, y éste como hemos dicho, podrá descubrirla, interpretarla, pero nunca producirla.

Esta polémica no está ajena al juego de fuerzas y estrategias que desarrolla el poder. La memoria y la oralidad comportan la autoridad y el prestigio necesarios para sentar las bases de la sociedad. Religión y política abrevan de la tradición: la memoria que a través de la palabra trae al presente los argumentos y fundamentos que explican sobradamente la moral y la ética que el sistema platónico intenta reconstruir ante el fracaso de la Polis.

La oralidad por sí misma expone, como técnica, un sistema y orden de poder: tecnología, ingeniería, estrategias que administran y ponen en circulación las fuerzas y tensiones políticas y sociales. “Memoria y oralidad” es la industria, la usina. La máquina de sentido. Es consecuencia de determinadas condiciones de posibilidad y, a su vez, se replicará convirtiéndose ella misma en condiciones de posibilidad de determinada ideología.

“Memoria y oralidad” es la técnica de dominación: el que está legitimado para hacer uso de la palabra ejerce la autoridad en tanto es un ser de privilegio y singularidad. Esta oligarquía de la palabra hablada que supo detentar el poder en el orden mítico (del pensamiento único) querrá reivindicar su autoridad una vez que colapsó el sistema de la polis. La caída del iluminismo, y cierto desencanto, retrotraen a la palabra al discurso arcaico.

La locura, que tantos bienes nos depara según Platón, es aquello que coloca al hombre en un estado de singularidad y enajenación que como hemos señalado, devendrá en singularidad y privilegio. La palabra es pues un fenómeno de extrañación, de enajenación: cuando el ser excepcional, poseído, habla, no es el quien habla sino que es el dios. La verdad es un fenómeno divino.

Se trata pues de las tecnologías y de lo que éstas posibilitan y permiten pensar. La creación y la invención de la escritura, Prometeo y el fuego, la apropiación de una técnica capaz de producir sentido, es sospechada como agravio a la divinidad, como subversión de la ley del padre.

La reseña de la controversia entre escritura y oralidad, en la reconstrucción del escenario griego, expone en buena medida, como objeto de análisis, nuestra preocupación actual por la constitución de las diferentes subjetividades en las que se instalan y sobre las que se ejecutan las estrategias del poder.

Wednesday, May 02, 2007

Revolución


Qué decimos cuando decimos revolución?
Qué deseamos cuando íntima o públicamente deseamos una revolución?
Deseamos de alguna manera una revolución?

Como los ruidos o las manchas que nuestros sentidos no identifican pero no cesan de intentar asignarle una identidad, un contenido, un sentido, la palabra revolución parece un conjunto vacío... o un agujero negro que por diferencia de masa absorbe el anhelo, la ilusión, la fantasía; sólo parecido a demandar lo imposible.

Es la expresión de un deseo o de una frustración? Es demandar libertad u orden?

Estado o anarquismo? Recuerdo a Fernando Rey en Pasqualino Sete belleza que encarnaba a un anarquista encerrado en el mismo campo de concentración, cuando se zambulle en el pozo ciego, cisterna de caldos pestilentes, manifestando: "el hombre en el desorden!!!"
Existe la utopía de la comunidad organizada? O siempre estaremos a punto de dar un próximo paso al vacío?


El liberalismo planeó albergar y pensaba, un conjunto "posible" de diferencias... en cambio el plan que hoy nos circunscribe (nos rodea e intenta inscribirnos, escribir la ley en nuestro cuerpo -prohibición de fumar, asignación de sexos, obligatoriedad de la donación de órganos-) no solo apunta en otra dirección sino que alienta desvergonzadamente a cancelar nuestra vocación por la libertad, nuestro discernimiento.

Entonces... ésta es una expresión de revolución deseada?

En todo caso es una revolución que en nada se parece a la fantasía romántica de un mundo libre, de un hombre nuevo, liberado y puesto en condiciones de expresar todo su potencial (porque mal que nos pese todo el potencial del hombre no es solo lo bueno que rescate una ética circunstancial, es también lo malo y lo desconocido, sus zonas oscuras)

Pero sin embargo en la confusión semántica, y no tanto por deseo y si por frustración, en la inercia ideológica, en el caldo de cultivo, se cocina la comunidad organizada: el stalinismo o el fascismo en cualquiera de sus formas que tiene su respaldo en el miedo y en la angustia, a la par que en el anhelo por la vocación idealista.

El sicoanálisis freudiano definió que somos esencialmente insatisfechos por frustración del deseo original... simbología bíblica... cultura judeo cristiana... y de ese modo reduce todo a un único deseo...antes de poder formularlo ya somos sujetos pasivos de un deseo frustrado.

Lamentablemente de esa manera no construimos mas que sujetos frustrados, hijos de la angustia y el miedo incapaces de producir verdaderos deseos, que solo podemos transferir hacia adelante ese vacío semántico, ese vacío desiderativo (de-sideral por lo universal) y así construimos un fantástico imposible, carente de sentido: la revolución, en donde creemos que toda nuestra angustia será redimida.(o las expresiones menores como la rebeldía, la trasgresión, el desdén y desprecio por la cultura y la educación)

Demandar lo imposible... qué es lo imposible, la libertad anarquista o el orden absoluto?
En que ámbito podremos expresar todo nuestro potencial? En el ejercicio de nuestra libertad o acotados por una legislación ominosa que haga tabla rasa con cada individuo?

La ley intentará sujetar al individuo, pero éste cada tanto podrá dejar de ser sujeto de la enunciación, de la gramática, del lenguaje, para recrear su deseo, exonerado de sus responsabilidades civiles e ideológicas.

Paradójicamente el recorrido idealista se conjuga con el compromiso político: del anhelo romántico, humanístico, al rigor y la disciplina social...
Un fenómeno psíquico, de inconciente colectivo, que en última instancia prefiere cancelar sus posibles; inhibirse, antes que animarse y poner el coraje necesario para dar forma a un deseo propio.

bah, digo... mal que les pese a los dictadores del deber ser.